Por otra parte, sí es claro que el tren es metáfora exacta del recorrido del relato, tanto cuando se detiene como cuando acelera...o retrocede.
Roy es el emblema del norteamericano insípido que no puede ver nada mientras todo sucede a su alrededor; Jessy, mientras tanto, desconfía y tiene un pasado algo oscuro. Y todo se dificulta cuanto el bueno de Roy se hace amigo en el tren de una extraña pareja: un español (Carlos) y Abby (otra norteamericana). Sabemos allí que algo está por suceder.
La previsibilidad de lo que emerge de estas relaciones hace que la trama se resuelva, paradójicamente, con algunas virtudes y muchos desvaríos. Si para un flash-back de Jessy y el reconocimiento de un error en su accionar, la cámara se coloca en un lugar imposible (y cuando el flash-back está desde la claridad de un recuerdo para entender), entonces el bueno de Brad Anderson nos muestra ciertas dificultades para narrar. Mención aparte para resolver la trama principal o la desaparición repentina de Roy, que son la inversión perfecta del misterio mayor que cargan casi todos los personajes.
Y si es verdad que en el cine contemporáneo pareciera que la gratuidad en la elección de planos se hace cada vez más manifiesta, en este film escenas como la caída sexual de la excelente Emily Mortimer recuperan el decoro de ciertos deslices fílmicos. Puntaje: 5