La carrera de Almodóvar tuvo etapas y matices. Sus últimos films han dividido las aguas entre detractores y entusiastas seguidores. Y es posible que esta película coloque a los espectadores a uno y otro lado. Pero Almodóvar sigue siendo el Pedro de siempre en cada plano.
Un escritor o cineasta doble: Mateo Blanco y Harry Caine, una actriz o secretaria doble: Lena, y toda una cadena de dobles que terminan en el eslabón más fino, o casi: Ray X, que la homosexualidad lo mantendrá incólume aunque como hijo del poderoso Ernesto Martel también se casará dos veces.
Y dentro de este juego de dobles un triángulo amoroso, o cuadrado, o pentágono, o así espiralado hasta el infinito.
Almodovar debe ser el único de los cineastas vigentes con una trayectoria detrás que filma historias de amor, pero de un amor pasional y desencajado como nadie filma en la actualidad. Entre esa latinidad necesaria para tal fines, sus colores y repeticiones transportan al espectador a un lugar de reconocimiento que sabe es tan personal como casi olvidado. Porque así como Ernesto Martel ama enfermizamente a Lena, también será capaz de intentar destruirla. Todos los personajes aman de tal forma que traicionan, mienten, engañan, y cometen las mayores vilezas para no perder a su objeto amado. Y de esa forma además enlazan al resto de su entorno en una desesperada caída y arrastrando con manotazos desesperados y calculados a todo lo que aman.
Pero también hay un doble film: el film en sí mismo, y el que filma Mateo Blanco producido por Ernesto Martel. Y en este doble que se confunde solo ante la ceguera de Harry al unir sus brazos ya rotos en la imagen proyectada del último beso en la pantalla.
Todo film de Almodóvar también es una serie de homenajes a tantos films clásicos visto por este director: cómo no pensar en una película 50 años anterior donde Widmark también empuja con frialdad a su víctima por una escalera.
Pedro Almodóvar sabe que ya todo fue contado, y nutriéndose de la tradición, expresa un español, auténtico y latinísimo mundo que ya es obsesivo y que solo tiene las coordenadas de sus sentidos. Siempre vale la pena reencontrarse en ese universo. Ya nadie filma al amor como lo hace él; por eso solo ya sería suficiente. Puntaje: 9
No hay comentarios:
Publicar un comentario