Corona de plástico, corona de hierro
Analizaremos
algunos elementos en la puesta en escena de Carrie de Brian de Palma para
mostrar como la pareja principal del film hace un periplo interno y vertical
hacia la Verdad, con mayúscula, aventura que luego pagarán al mundo con un
trágico descenso. Carrie White y Tommy Ross fueron hechos para un mundo que ya
no existe, para habitar en lo alto de la jerarquía, para descubrirse realmente
como hombre y mujer. Y por eso mismo, por ser contracorrientes al mundo
moderno, el mal y la horizontalidad harán todo lo posible con tal de
recostarlos y hundirlos. Mostraremos como estos dos personajes, de manera
simétrica, están correspondidos el uno para el otro desde el comienzo de
nuestra historia. El símbolo que los une, trágicamente, es el de la cabeza, una
constante de esta pareja y, de manera simétricamente opuesta, también del resto
de los personajes principales. Agradecemos al maestro Ángel Faretta por
brindarnos las herramientas teóricas de su Concepto del cine para escribir este
texto, además de ponernos en la pista cuando supo mencionar a la protagonista
como San Carrie, un ejemplo más en el cine de la mujer que no quiere ser ni
santa ni puta, sino mujer (la elección ante su madre del vestido rosa, ni rojo
ni blanco, es un claro ejemplo de ello). Aquí prestaremos especial atención a
Tommy Ross, visto como el caballero en la modernidad, el hombre que comprende,
pero demasiado tarde, y por eso fracasa en su intento de salvación.
Carrie
White es la rara del instituto. La de la madre fanática religiosa, la del
comportamiento tímido y temeroso, la de la mirada perturbada y el poder oculto.
Carrie White se viste feo, habla poco y las pocas veces que lo hace es para
empeorar su situación. Todo el mundo cree además que Carrie White es fea. Pero
eso no es cierto. Carrie White es hermosa, solo hay que saber mirarla. Tommy
Ross es el chico popular del instituto. Deportista, alto, rubio, hermoso. Hasta
incluso se destaca en literatura, pero eso es mentira, como después veremos.
Tommy sale con Sue, la chica más popular de la escuela. A Tommy lo espera una
exitosa carrera de deportista cuando salga del instituto. Y, como si todo lo
anterior no fuera suficiente, Tommy Ross tiene un gran corazón, aunque él no lo
sepa. Nada parece unir a Tommy y Carrie. Son los extremos opuestos, tanto que
él es un campeón del deporte, mientras que por culpa de Carrie sus compañeras
de juego terminan siempre perdiendo el partido de turno. Pese a ser tan
distintos podemos decir que a ambos los une cierta fama: todos saben quienes
son ellos. Tommy sale en los diarios como el mejor jugador del año. Carrie sale
en los dibujos obscenos que cubren las paredes del colegio: “Carrie White come
mierda”, se lee debajo de una agresiva y explícita caricatura. Pero aunque
ellos no lo sepan, y nosotros lo creamos imposible, Tommy Ross y Carrie White
están hechos el uno para el otro. Ambos están destinados al amor. Y también a
la tragedia.
Carrie
es una película sobre la cabeza. La cabeza que tiene una mente con poderes. La
cabeza que tiene ideas malditas. La cabeza que se cree fea. La se que cree
hermosa. La cabeza que recibe la bendición, los besos y las caricias. Pero
también los golpes, las influencias de los astros y las desgracias. Entonces,
la cabeza es la constante de Carrie. La primera vez que vemos a Carrie, luego
de no poder pegarle a la pelota al final de un partido de volley, es castigada
con un golpe en la cabeza: una compañera, Norma, se acerca furiosa a nuestra
protagonista y le da un golpe con su gorra. Así se inicia el ciclo de Carrie
sobre su cabeza, que continúa con la bendición de una ducha momento antes de
menstruar por primera vez, sigue con los golpes de su profesora y de su madre,
el agresivo retrato suyo que decora las paredes, el peinado que su profesora le
quiere imponer, el té que su furiosa madre le lanza en la cara, las pruebas de
maquillaje, la caricia de Tommy en su nuca para convencerla a bailar, los besos
que luego le da en la frente y en la boca, la corona que le colocarán a Carrie
de manera paródica, la cinta que cae del cielo y presagia la desgracia, la
sangre de cerdo que la cubre desde la coronilla hasta los pies y, finalmente,
la casa que ella misma hace derrumbar sobre su cuerpo. Carrie, que es santa y
princesa, que tiene una real corona y aureola de virginidad y bondad, es
atacada por todos (menos por Tommy) en su majestad. De manera simétrica, las
demás mujeres también tienen una relación con sus cabezas, pero no para ser
santas princesas, sino todo lo contrario: de los seductores peinados de Chris
en el auto de su novio, a los peinados de sus compañeras en la peluquería
(tengamos en cuenta que Carrie no se peina como su profesora le recomendara).
De los tirones de pelo que se propaga Margaret White para castigar a su hija, a
la constante y vulgar gorra de Norma, sin olvidar los golpes que la profesora
de gimnasia le da a sus alumnas en la cara. Incluso Sue y Chris hacen usos
manipuladores de sus cabezas. Chris convence a su novio de ser su cómplice al
bajar su cabeza hasta la entrepierna de este. Sue, de quién podemos sospechar
que es la mente detrás de las buenas notas de Tommy, usa su cerebro para
manipularlo y lograr que invite a Carrie al baile de promoción. Recordemos que
Tommy acepta la propuesta mientras ella está haciendo la tarea del colegio y él
mira la televisión. Recordemos también que Tommy reconocerá que ese poema que
Carrie tanto admira en realidad no fue escrito por él sino por otra persona,
¿acaso Sue?
La
primera vez que vemos a Tommy también es en relación a su cabeza. Tommy viene
corriendo por la pista de deportes, acomodándose el pelo con las dos manos. En
realidad podríamos decir que Tommy se está acomodando la corona que todavía no
tiene. Tommy se sabe rey. Solamente le falta su corona. Y a ella aspira. Pero
claro, Tommy está equivocado, su vista es corta, es materialista, es moderna.
Cree que su coronación será realizada cuando sea elegido rey del baile, una
coronación que señalará su culminación gloriosa en la escuela, donde hizo todo
lo que debía hacer para considerarse un exitoso. Pero, sin saberlo, Tommy es
digno de otra majestad, de una verdadera. Por ser ingenuo, por creer en esa
parodia de coronación, terminará pagando con la vida.
Tommy
es una personaje fascinante y, creemos, poco estudiado, ya que lógicamente se
encuentra a la sombra de Carrie. Tommy es doble, y esto lo hace dudar. Por un
lado, al exterior, es el joven popular y banal que la sociedad le ha impuesto
ser. El bueno para el deporte, el que hace trampas cuando se trata de la tarea,
él que sale con la linda, el que es amigo de todos. Pero Tommy tiene dudas. Hay
en su interior otro que pugna por salir. Uno que no es fingido, uno que es un
real y verdadero caballero. Como sabemos, en el Concepto del cine, la teoría
del maestro Ángel Faretta, las horizontales son las líneas del relato, de la
historia, del curso normal. En cambio las verticales son la aparición de lo
trágico, de lo escondido, de eso otro que permanece oculto, hasta que se
manifiesta. Cuando el profesor de literatura lee el poema que supuestamente
Tommy ha escrito, el joven se ríe burlón de la situación. El poema es uno de
amor, un grito en plena modernidad por una oportunidad para dejar en libertad a
la expresión del alma. Tommy escucha y se ríe de la manera declamatoria en que
el admirado profesor lee. Y tiene un lápiz colocado en su boca de manera
horizontal, un lápiz que apoya claramente el relato horizontal de la escena: el
profesor lee el embuste de Tommy, y Tommy ríe con su engaño, cumpliendo a la
perfección el rol que debe cumplir, el del chico listo que comprende que la
inteligencia sensible es un don para aparentar, y no para tener realmente. Pero
el rostro de Tommy cambia, se vuelve serio, y el lápiz de pone en forma
vertical, ante la aparición de la verdad, de lo oculto, eso que es “un otro”,
cuando el profesor lee: “...si nos dieran espacio y aire y paz...”. Ese es el
problema de Tommy: no le están dejando el espacio necesario para ser quién
tiene que ser. No sabe que esos espacios se consiguen finalmente peleando,
estando en contra, oponiéndose. Esa lucha solo puede ser realizada si se la
hace con y por amor. Pero Tommy no quiere escuchar esa verdad. Cuando al final
de la frase el profesor dice “... para amarnos...”, Tommy vuelve a colocar el
lápiz de manera horizontal y a reír como un tonto junto a sus compañeros. Al
final del poema el profesor pregunta la opinión de la clase. Y Carrie, hablando
más de Tommy que de lo escrito, apunta con voz perdida que le pareció
“hermoso”. El profesor se burla de ella recitando el inicio de la poesía patria
“America the beautiful” A la verdad poética amorosa se le responde con la
parodia de la poesía épica, que es el recitado liberal. Y acá empieza a
funcionar el mitologema. Carrie es la princesa en apuros. Tommy el caballero
que debe ir al rescate. Tommy no soporta que se burlen de Carrie y distrae al
profesor con un insulto. Pero después retrocede, cuidando otra vez su imagen,
sin sacrificarse del todo. La excelencia de la puesta está en que detrás de
Tommy, escondido todo el tiempo hasta el momento en que decide salir al cruce,
hay un cartel que publicita una obra teatral de la escuela: Hamlet. Y eso mismo
es Tommy. Un príncipe caballero que duda, que no sabe si ser o no ser. Que no
entiende si actúa por pedido, por imagen, por deber, o por decisión personal
ante lo que cree injusto, ante lo que es el amor. Poco a poco esta duda se irá
resolviendo en el corazón de Tommy. Pero, como en la historia del príncipe
dinamarqués, cuando se de cuenta de quién es él, ya será demasiado tarde.
Sue,
la novia oficial de Tommy, le pide a este que lleve a Carrie al baile en lugar
de a ella, para limpiar sus culpas luego de la maldad que le ha hecho a la
chica junto a sus compañeras de clase. Tommy duda. No quiere hacerlo, pero
siente que es su deber, su dama se lo ha pedido. Tommy encuentra el modelo
heroico para tomar esta decisión mirando un programa de televisión.
Contemplando el film de 1966 Duelo en Diablo, donde un héroe rescata a una dama
de un peligroso indio, decide finalmente llevar a Carrie al baile. El cine otra
vez, en plena autoconsciencia, expone que la tradición heroica durante la
modernidad estuvo bajo su resguardo. Aunque ahora se trate de un western en
plena decadencia del género. Y encima transmitido por televisión. ¿Será quizás
por esto mismo que Tommy pierde al final su duelo frente al diablo?
Con
más obligación que placer Tommy lleva al baile a Carrie. Pero a poco a poco
Tommy descubre en Carrie algo que lo fascina: Carrie es inocente. Carrie es una
dama pura. Y Tommy, ante esa verdadera extrañeza, toma un rol que nunca antes
pudo llevar a cabo: el rol del caballero. Lo interesante del asunto es ver como
Carrie le da con plena consciencia el espacio suficiente para que pueda cumplir
con su rol, ese espacio que Tommy tanto añoraba en el poema leído. Prestemos
atención a un gesto mínimo pero lumínico. Tommy y Carrie llegan a la puerta del
colegio en el auto de él. Tommy sale por su puerta. Carrie está a punto de
abrir la suya pero se frena y espera, ansiosa. Tommy da la vuelta hasta la
puerta de ella y se la abre, invitando a Carrie a descender con su mano
extendida. Tommy cumple su rol de caballerosidad gracias a que Carrie le dejó
el espacio suficiente para que así actúe. El espacio y aire que el poema le
reclama a la sociedad para que el amor se pueda desarrollar.
El
baile de promoción se llama “Amor entre las estrellas”. Cuando la profesora le
pregunta a Carrie como se siente, ella le confiesa que se encuentra como si
estuviera en Marte. Cuando Tommy saca a bailar a Carrie la lleva hasta el
centro del gimnasio, en eje exacto con las estrellas hechas de papel plateado
que cuelgan del techo. Carrie y Tommy aspiran a lo alto. Ellos son la verdadera
jerarquía, la verdadera realeza de la noche, porque son los único que en ese
baile encuentran el amor. Es interesante ver que la cámara se coloca por debajo
de ellos ni bien empiezan a bailar, alejándolos del resto de los bailarines,
haciéndolos girar entre las luces y las estrellas, como si realmente estuvieran
bailando en el cielo. Este movimiento circular alrededor de una pareja, que
tiene su origen en Vértigo, es utilizado por de Palma cuando de verdadera
pasión expuesta se trata. Así lo demuestra el trágico final de Blow out y el
reencuentro de padre e hija en Obsesión (entre nosotros Leonardo Favio hizo lo
mismo, años antes que de Palma, con el abrazo entre el fuego de Nazareno y
Griselda). En el baile hay otro gesto que vuelve a marcar la caballerosidad de
Tommy: besa a Carrie, pero en la frente, un beso casto, de respeto. Al
demostrarle ella que está dispuesta a algo más, Tommy la besa en la boca. Desde
este beso todo cambia. Ambos comprenden que se acaban de encontrar con el amor
de su vida. Es fascinante ver como la actuación de Tommy desde este momento es
distinta: su voz se vuelve confidente, su mirada y gestos son más sinceros, más
reservados, más íntimos. Tommy por vez primera se encuentra con el amor. Y ante
el amor no puede haber mentiras, por eso la confiesa que él jamás escribió ese
poema que ella tanto admira. Y le dice una verdad que hasta él mismo sorprende:
le gusta estar con ella.
Carrie
trata sobre dos adolescentes colocados en lugares opuestos, de fracaso y de
éxito, por una sociedad que se dedica a encasillar. Y esos dos adolescentes,
como los amantes de Verona, se atreven a romper esos moldes para expresar su
amor, para descubrirse como el hombre y la mujer que realmente son. Este
descubrimiento los eleva por sobre el resto, los pone en una condición más
sincera y por ende susceptible de ser atacada. Y en el mundo de lo horizontal,
cuando algo destaca hacia arriba, debe ser derribado. Como dice la canción que
bailan: "There must be a God, could it be that he´s heard me at last”.
Carrie rezó y encontró al amor. Pero en la creación también hay un diablo, y
está operando debajo del escenario de la vida.
Carrie
y Tommy sos inocentes y creen que el mundo puede aceptar el descubrimiento
feliz que uno ha hecho en el otro. Y por eso se entregan a ese ritual de
coronación. Ellos saben que lo merecen. Tommy se sabe rey. Carrie se siente por
primera vez digna ante el mundo. ¿Pero vale ser coronados por gente de la
horizontalidad, por gente que no comprende el código de la jerarquía real?
Carrie y Tommy son victimas de una parodia. En la modernidad horizontal no hay
lugar para hombres y mujeres verdaderos, no hay lugar para el amor sincero, no
hay lugar para los reyes y reinas, los caballeros y las princesas santas. La
crueldad del asunto es hacerles creer una puesta en escena falsa, un ritual
pervertido al que se entregan sin saber sus consecuencias reales. Tommy era el hombre
para Carrie. Como un verdadero caballero orgulloso hace público su amor al
besarla frente a todos, primero en el baile, y luego en el escenario. Y cuando
tiene que defenderla de sus atacantes, está dispuesto a hacerlo, pero es tarde,
ya han caído en la trampa. Si Carrie es coronada con un baño de sangre animal,
realizado por un ser infernal que se encuentra en las profundidades, una
diablesa que se relame con su propia crueldad, Tommy, que desde el comienzo del
film se toca la cabeza para acomodarse la corona que aún no tiene, finalmente
la recibe: una tacho de hierro que cae del cielo y le revienta la cabeza. El
hombre que quiso ser distinto, el hombre que se puso en posición vertical,
termina muerto, recostado, horizontalizado a los pies de su dama. Y ella lo ve
muerto. Y desata la venganza sobre el escenario, en pleno eje vertical.
Dos
veces por lo menos se anuncia la muerte de Tommy antes de que suceda. La
primera es cuando estaciona su auto frente a la casa de Carrie, dejándolo
debajo de una cruz dibujada en la calle. La otra es cuando él y Carrie votan
por ellos mismos y la cruz queda junto al nombre de Tommy. En ese momento Tommy
y Carrie mandan al infierno a la modestia, sin saber que el infierno los
aguarda de cerca. Luego que el infierno se desate en el gimnasio donde se
realizó el baile, Carrie tendrá dos duelos. El cine mira al cine, y así regresa
a nuestro film el film ya antes citado, Duelo en Diablo. Es el regreso del
western y del enfrentamiento final entre el bien y el mal. El primer duelo es
en un camino. Chris se lanzará detrás de Carrie con su auto, lista para
atropellarla: una simetría directa con el niño del comienzo montado en
bicicleta. Y, como con ese niño, Carrie volcará con su mente al auto y lo hará
estallar. Los condenados perecerán en el fuego: como los alumnos y profesores
del instituto, como la misma Carrie y su madre. Lo interesante del segundo
duelo, Carrie versus su madre, es la extrema ambigüedad del acto: la madre
muere como santa martirizada y, consciente de esto, termina su vida entre
gemidos de puro goce místico. Carrie, hasta para matar a su malvada madre, es
capaz de una extraña piedad, aunque con el suficiente pudor para no contemplar
ese placer ajeno.
Al
igual que Tommy, Carrie también tendrá su cruz: en la pesadilla final de Sue,
en vez de ser la cruz de un cementerio, Carrie está debajo de la cruz que
anuncia la venta de su casa. Y como epitafio se puede leer: Carrie White arde
en el infierno. Así se cumple el recorrido espacial total del film. De una
horizontalidad incomoda a una elevación justa, que termina tragicamente con un
hundimiento de todos los personajes. Carrie White fue una santa empujada hacia
la venganza. Humillada por la mediocridad, hizo justicia y arrasó con los
malvados. Seguramente que más cristiano hubiera sido resignarse y dar la otra
mejilla. Pero Carrie prefirió limpiar el mundo, aún cuando el precio fuera su
propia condena. Por eso su vida es una tragedia, como la de Antígona. Carrie
White quizás haya encontrado una piedad superior o quizás ahora mismo arda en
el infierno, no lo sabemos. Lo que si es seguro es que si esto último es así,
podemos afirmar que lo hace con una basta compañía, una gran cantidad de almas
condenadas que sufren y esperan en vano por una ascensión ya imposible.
Carrie
White y Tommy Ross son los dos mártires del amor elevado en un mundo que solo
busca satisfacción momentánea, parodia e inversión de valores. Un mundo que
juega a querer reyes, pero que cuando los tiene se relame con cubrir sus
divinas cabezas de sangre y muerte.
por Diego Avalos
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