El género
Antes de brindar nuestro comentario sobre la
película que hoy nos cita, hagamos algunas breves aclaraciones sobre el género
musical en general.
Si hay algo que este género no es, gracias a Dios,
es realista. Tiene su verosímil, pero un verosímil propio, alejado de nuestro
pensamiento racional. Aquel que ingrese a ver un musical, o a una ópera, y le
salten cosas, es porque está observando desde un lugar equivocado. Les
misérables, y eso puede enojar a cierto espectador estrecho, abunda en
encuentros fortuitos (Javert y todo el elenco, los cruces en las cloacas),
acciones deliberadas que hubieran tenido resoluciones con más sentido común
(los asaltadores de la casa donde se esconden nuestros héroes en París huyen de
la policía cuando a ella iban a entregarlos, Épopine vestida de varón cuando
jamás se niega a las mujeres ingresar al ejército), obviedades para nada
sutiles (el alcalde alzando por si solo una carreta a la vista de su enemigo,
el fácil acceso de la pareja de estafadores al castillo donde se casan Marius y
Cosette), como para dar algunos ejemplos. Pero lo que parece anormal en
realidad es norma. Cualquier que conozca un argumento tan delirante como Il
trovatore de Verdi sabe de lo que estoy hablando. ¿Por que ocurre esto? Porque
estamos en un juego de pasión. Un musical es la expresión de la pasión por los
medios de la música, el canto y el baile. Y si algo caracteriza a la pasión es
su falta de raciocinio. Esto bien lo supieron los griegos con sus tragedias,
fuente de la ópera, como a su vez fuente esta del musical. Las tramas en
realidad son pruebas para nuestros héroes. Los cielos se complotan para
demostrarles que no dominan nada, ni siquiera sus cuerpo, gobernados por sus
corazones. El mundo se les pone en contra: la Providencia se disfraza de
“Casualidad”. La reiteración de esta es su seña, su grito, su llamamiento a ser
descubierta. Los héroes, si resisten y reconocen su inferioridad ante lo que no
dominan, tendrán su recompensa. Desde Edipo hasta Jean Valjean.
A los musicales como Les Misérables (pasó lo mismo
con El fantasma de la ópera, Sweeney Todd e incluso con los de Cibrian Mahler)
se les critica su falta de diálogo, su constante cantar. Pero bueno, es algo
que con más costumbre de ópera y musicales se cura. A los musicales se les
critica su duración, ¡por suerte que estas fueron dos horas y media y no las 16
de la tetralogía de Warner! A los musicales se les critica su trama que no
avanza, que es lenta. Es curioso, pero buena parte de los que hacen este
comentario son de disfrutar con esos moplos europeos y argentinos donde uno
debe interpretar angustia donde ve gente fumando y mirándose al espejo. Un musical
parece lento (y de pronto veloz por la necesidad de ganar terreno en su
narración de eventos, de aquí sus múltiples facilidades de entramado) porque en
verdad... ¡se detiene! Las canciones de los musicales, en su gran mayoría, no
son de acción, sino de introspección. Una canción es la apertura de un
personaje que abre su conflicto interno y lo expone de manera cantada (Oscar
para Anne Hathaway y Hugh Jackman ya mismo). La ópera y Hollywood , mucho antes
que la retrovanguardia, nos hicieron conocer el mal llamado “tiempo muerto”, el
no avance, la contemplación de los sentimientos, las luchas internas, los
dolores del alma sin acción. Pero tuvieron la grandeza de no aburrirnos en el
camino y mucho menos, como diría el maestro Faretta, jugar a las adivinanzas
con aquello que debemos “interpretar”.
Ante esta carga de artificio, que el espectador
moderno puede despreciar por “falsa” hay dos opciones en la puesta. O sumarse a
ella y exponerla (Moulin Rouge!, El fantasma de la ópera) o narrarla desde su
justificación diegética, que no alcanza para racionalizar a un género donde la
regla es la pasión, pero por lo menos tranquiliza las consciencias
verosimilistas. Bailarina en la oscuridad es un ejemplo de esto. Chicago
también. Los musicales ocurren dentro de la mente de nuestras protagonistas,
nunca invaden la realidad que las rodea. Les Misérables toma un poco de las
dos. Aunque principalmente se suma al artificio, la puesta grandiosa, la
sobrecarga, también recurre a la cámara en mano violenta, de estética documental.
O más cercano: de estética de noticiero televisivo. Esto tiene un doble efecto
paradójico: resta al esteticismo clásico, moderniza, pero también expresa la
violencia, desde la puesta, de los sentimientos de nuestros protagonistas. La
decisión es acertada. El espectador, en medio de tanto artificio, conecta con
sus personajes principales porque se los muestran con técnicas con las que está
acostumbrado a percibir la realidad diariamente. Pero esta realidad que nos
ofrece la película poco normal es. Es una realidad apasionada, ilógica, de
corazón, tormenta y piedad.
Pero hablemos de Les
Misérables particularmente en una próxima entrada. Una película con uno de los
mensajes más subversivos que ante nuestra cabezas modernas y progresistas el
cine ha lanzado.
por Diego Avalos
I've always wanted to see Les Miserables, just have never gotten around to it. One day.
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