Pasión nacional
Hermanos de sangre es una película de género. La
gente que no entiende de cine confunde género con fórmula. Género es crear
dentro del límite, con plena consciencia del tono, el conflicto y el
sentimiento. Formula es repetir un tópico que, por previsible y abusivo, espera
acomodar un resultado, y no desembocar en él. Hermanos de sangre,
orgullosamente hecha desde el género, discute con el espectador que no entiende
esta diferencia. Nuestro protagonista, en un momento de total confusión, apela
a lo peor del espectador moderno: la interpretación por la psicológica. Ya
harto de la libertad que finalmente ha llegado a su vida, le dice (más o menos)
a su amigo asesino: “Vos no existís, vos vivís en mi cabeza”. El asesino le da
un necesario cachetazo a nuestro protagonista para que comprenda que todo esto
es muy real. Pero el golpe es también para el espectador despistado que cree
saber donde está parado: esta es una película clásica, de género, y
necesariamente por eso no es una de fórmulas simples. Hace poco John Carpenter
con su Atrapada también le dio una lección de miedo a quién iba a interpretar
su película con los libritos de Freud debajo del brazo.
El género de Hermanos de sangre es el melodrama,
pero en su extremo cómico y negro, es decir, el grotesco. La esencia del
grotesco es el contraste atroz entre los elementos de la puesta. El director
consciente de esto tendrá la oportunidad de crear imágenes imborrables, ya que
su género se lo exige: para desarrollarse, el grotesco necesita de la oposición
visual. De la Vega parece comprender esto a la perfección y triunfa con bellas
imágenes poco vistas en nuestro cine, que tan pudoroso es: el desmembramiento
de una joven mientra se sirven frescos jugos de naranja, una anciana en silla
de ruedas atendida por un idiota sordomudo, poemas en un boliche, vómitos sobre
zapatos bien lustrados, una niña traumatizada con la capacidad de dibujar
imágenes de ensueño, la misma anciana contemplando extrañada un rey mago de
plástico (el plano más tristemente bello de todo el film, un renacer glorioso
para Carlos Perciavalle). De la capacidad de De la Vega para el terror sobrados
ejemplos hay. Pero esperamos en verdad que no abandone la comedia porque ha
demostrado tener para ella la conciencia justa de tiempo y pausa. Y eso, en nuestro
cine, pero también en cualquier otro, es oro puro.
Una diferencia notoria entre las otras películas de
De la Vega y esta es el aprovechamiento de los decorados para crear imágenes
poéticas que, en simétricas apariciones, se desarrollan a lo largo del film.
Nos referimos a planos generales de grandes habitaciones donde la cámara se
sitúa contra una de las paredes, al centro. Son planos casi vacíos, de poco
mobiliario, con un color predominante en las paredes. La posición de la cámara
nos hace recordar a eso que Leonardo Favio llamaba “el teatrito”: planos que
muestran una composición de escenario teatral visto desde la primera fila,
decorados que en su tenso equilibrio de proporciones nos muestran el pleno
artificio sobre el cual los personajes acometen su desproporcionadas acciones.
Enumeremos entonces: el cuarto del protagonista, el cuarto de la tía, el cuarto
de su ayudante, el comedor del fotógrafo, la sala de interrogatorios. Otro
sitio que se destaca por su belleza plástica es el pasillo del edificio donde
vive nuestro protagonista. Las altas puertas imposibles, los colores de muerte,
el diseño de las lámparas, nos hicieron recordar a Suspiria de Dario Argento,
donde también lo artificial de la propuesta y el género se apoya en el diseño
visual de sus decorados. Todo estos decorados, junto al el exterior de la casa
del protagonista, son, creemos, donde mejor se expresa la película en sus
términos visuales. Que el cine de género y el decorado artificial son viejos
amigos es algo que está fuera de toda discusión. El cine jamás reniega de su
condición de artificio, por el contrario, siente orgullo de ello. El género es
su manera de expresarlo. El decorado una de sus formas de visualizarlo.
En un momento los personajes, en medio de un chiste,
hablan de Borges, a quién, por su inteligencia, nadie sería capaz de pedirle
que además “estuviera bueno”. Esta mención a Borges es más que un chiste, es en
realidad la clave interpretativa de toda la película. Nuestro héroe conoce a su
sombra, a su oposición total. Y lejos de temerle, lo reconoce como un amigo. La
película irá avanzando hasta que él mismo comprenda hasta donde llega el
alcance de esa amistad. En Hermanos de sangre, como en tantos cuentos
borgeanos, el héroe descubre en un espejo que él otro es él. Y, como alguna vez
Cruz lo hizo con Fierro, nuestro héroe no podrá permitir que se mate a un
valiente. Hermanos de sangre es una película sobre la amistad, el coraje y el
destino. Es una película borgeana. Pero desde el cine, es decir, desde la
exposición. Así como una vez Carlos Hugo Christensen en su versión de La
intrusa se atrevió a mostrar lo que el maestro decía sin decir, acá también De
la Vega no teme es mostrarnos desde un film clásico y de género las distintas
formas extremas en que la pasión se expresa. Un trío infernal que se besa en la
boca y sella un pacto de fidelidad, sangre y muerte. Pero por sobre todo de
amor. Porque Hermanos de sangre es antes que nada un verdadero melodrama
argentino.
por Diego Avalos
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