Película coral, todo el grupo de personajes heterogéneo es un intento de dar una muestra de la ciudad francesa en este siglo. ¿Que es lo que se plantea Kaplisch, su director? Enlazar unos con otros los personajes para a través de esa paleta escogida mostrarnos un todo, que sería, claro, París.
Para ello nos muestra personajes que descubrirán y perderán el amor, personas que se ilusionan, personas que pierden, triunfadores que caen en su propio orgullo, trabajadores que sufren y otros que traicionan, inmigrantes africanos buscando un lugar e identificando una parte de la ciudad, toda la gama posible de posibilidades y arquetipos pero con una condición: se nos mostrará esa parte oculta, esa intimidad cuasi secreta que todos tenemos, al límite de mostrar no personas en sus miserias sino miserables. La elección de comenzar el film con la historia del bailarín al que le queda poca vida es también la declaración de principios del director: París languidece, y en ese languidecer se lleva no solo su historia toda sino cambios que regeneran en algo distinto.
Jugando con el azar y con el destino, con la determinación como factor de cambio, los personajes serán arrastrados a encuentros y disoluciones que más pareciera tener con caprichos del autor que con las espectativas de los propios personajes.
El final, cuando el joven va a operarse, y reflexiona sobre el hombre de sobretodo como un sujeto que tiene la vida por delante, que no tiene preocupaciones, es una muestra más de la torpeza para entender. Nosotros los espectadores sabemos que es ese un profesor universitario que ha perdido la brújula y deambula sin sentido. Entre la ceguera del bailarín y la estrechez del profesor, nosotros seríamos los privilegiados que al conocer sus secretos conocemos de esa forma el alma de la ciudad.
En realidad nada de eso será París, una parte tan pequeña que no es modelo de nada. Las eternas quejas parisinas la asemejan a Buenos Aires, y en ese contexto emocional Cédric Kaplisch hizo un retrato, que de tan grueso destila un aire trillado. Puntaje: 4
Para ello nos muestra personajes que descubrirán y perderán el amor, personas que se ilusionan, personas que pierden, triunfadores que caen en su propio orgullo, trabajadores que sufren y otros que traicionan, inmigrantes africanos buscando un lugar e identificando una parte de la ciudad, toda la gama posible de posibilidades y arquetipos pero con una condición: se nos mostrará esa parte oculta, esa intimidad cuasi secreta que todos tenemos, al límite de mostrar no personas en sus miserias sino miserables. La elección de comenzar el film con la historia del bailarín al que le queda poca vida es también la declaración de principios del director: París languidece, y en ese languidecer se lleva no solo su historia toda sino cambios que regeneran en algo distinto.
Jugando con el azar y con el destino, con la determinación como factor de cambio, los personajes serán arrastrados a encuentros y disoluciones que más pareciera tener con caprichos del autor que con las espectativas de los propios personajes.
El final, cuando el joven va a operarse, y reflexiona sobre el hombre de sobretodo como un sujeto que tiene la vida por delante, que no tiene preocupaciones, es una muestra más de la torpeza para entender. Nosotros los espectadores sabemos que es ese un profesor universitario que ha perdido la brújula y deambula sin sentido. Entre la ceguera del bailarín y la estrechez del profesor, nosotros seríamos los privilegiados que al conocer sus secretos conocemos de esa forma el alma de la ciudad.
En realidad nada de eso será París, una parte tan pequeña que no es modelo de nada. Las eternas quejas parisinas la asemejan a Buenos Aires, y en ese contexto emocional Cédric Kaplisch hizo un retrato, que de tan grueso destila un aire trillado. Puntaje: 4
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