BLOG DE CRÍTICA Y ANÁLISIS

lunes, 8 de junio de 2009

Sam Mendes - Revolutionary Road (2008)

A L.
Una mujer entera
Una joven pareja -April y Frank-de treinta años, está casada y con dos hijos en los Estados Unidos de los años `50, la década de los sueños dorados, la de la casa, el auto, el trabajo y el seguro retiro. Este matrimonio que alguna vez al conocerse soñaron con vivir el ser algo distintos al resto -resaltado claramente al descubrirse en un bar, elegidos de un entorno anonimado- termina amoldado a la típica familia modelo y harto repetido en el film.
Pero llega la crisis, ella siente y percibe y luego exclama el descenso espiritual al que se han sometido, la figura detalladamente ausente de los hijos en todo el film es un signo claro. Si de algo nos habla esta película es justamente de los pequeños seres y sus sueños, pero no de todos...El final haciendo y remarcando la generalidad torna panfletario y estúpido aquello que le está reservado a unos pocos.
April, la mujer más entera que se ha visto en mucho tiempo; es ella, quien, al entera-rse, o sea, tomando aquello que faltaba para completarla y hacerla una, le expresa a su marido Frank, la idea de irse a París (sí es verdad, un clishé respecto a lo del lugar de los sueños, pero un Mc Guffin también). Convence a Frank, y entre ambos encolumnan ese sueño legitimandolo con el anuncio a sus amigos, vecinos, conocidos y compañeros de trabajo. Y el viaje se planea para unos meses más tarde.
En su rutinario trabajo, al que le había confesado a April que era nada y repetitivo, comienzan a seducirlo con ascensos y aumentos de sueldo. Cuando April le comunica a Frank que está embarazada por tercera vez y que está decidida a abortar para poder ir a París, la pareja implosiona y exteriormente la crisis se hace mayúscula. Ella, que trabajaría en París para que él pudiera descansar y así saber que quería hacer de su vida, comienza a ser asediada y martirizada por el joven Frank que poco a poco pierde la brújula de todo lo que ha soñado.
El episodio donde baila y se acuesta con el vecino en el auto, pone a las claras la necesidad intrínsica de vivir intensamente; el vecino que entiende poco y nada le dice que la ama, que siempre la amó, ella entonces lo silencia; April (Abril, y primavera en el norte, no olvidemos) solo se tomó unos minutos para vivir aquello que le estaban negando y se estaba negando: vivir la vida como si fuera el instante decisivo Bressoniano, ese momento que no tiene ni un antes ni un después, el momento justo, el presente exacto.
La secuencia extraordinaria donde ella decide finalmente y de un crescendo dramático exhorbitante, comienza así: el hijo salido de un psiquiátrico de la parlachina Helen (la mujer que les ha conseguido la hermosa casa) increpa a Frank de haber abandonado sus sueños; Frank responde y la catárquica situación recién se emplaza. April discute con Frank, se gritan, le dice que lo odia, él de que está loca. Pero ella no lo odia, solo odia y deja de sentir en lo que se ha convertido Frank, aquello de lo que ella fervientemente desea escapar.
April asciende lentamente en el bosque seguido por Frank. Ella le pide silencio, necesita pensar. Frank está ciego de lo que le está pasando, se desespera por no entender y vuelve a su casa a beber y esperar el regreso de April. El desgarro en los ojos de Frank es verdadero. Ella, que ha decidido soñar y ser lo que siempre deseo, que incluso lo pensaba para él, que no puede soportar más la asfixia en que se ha convertido su vida, que está dispuesta a renunciar a todo para pelear por lo que vale; ella que silencia a Frank porque se ha quedado sola, porque no está dispuesta a seguir cumpliendo el papel que le otorgaron, porque solamente quería ir allí donde poder hacer crecer su vida, llegar a ser solo lo que sabe que está destinado para ella que es descubrirse y descubrirlo a Frank...
Su desesperación es genuina, el sonido espiralado refuerza el tormento de ambos y la llegada del anochecer consuma su regreso y su decisión. Frank no puede entender, más entenderá demasiado tarde. April construye su final Mishimano con la fortaleza de una verdadera mujer. Su espíritu se ha salvado.
Cuando en el hospital el amigo llega y encuentra a Frank, este le dice: me hablan y me dicen cosas que no entiendo (y lo que no entiende son los nombres del aparato reproductor femenino): Frank no puede entender nada de lo que su mujer le ha hablado, lo femenino y su mirada le resultan absolutamente ajeno.
La necesidad de tornar didáctica y generalizada esta pareja es una torpeza resolutiva propia del sobrevalorado Mendes. Personajes que desbordan el film para entonarlo de pura fuerza vital lo realzan. Una mujer así siempre será bienvenida e inolvidable. Puntaje: 7

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