Tres años después de su renuncia, el recuerdo de Nixon es un poco más que nefasto: su ya famoso Watergate es la ignominia más grande y un delito mayúsculo que motivara la única renuncia de la presidencia en la historia de los Estados Unidos. Es en ese contexto que acepta la entrevista con David Frost, presentador inglés de televisión que destila tanto en sus programas como en la vida pública todos los caracteres posibles de la banalidad.
La entrevista se pacta previo pago de dinero (en la película se habla que Nixon recibió por la misma 600.000 dólares) y la libertad de preguntar por parte de Frost a su puro arbitrio. El ex-presidente entiende que a través de la manipulación del periodista puede regenerar una imagen que se encontraba por el piso.
Y si bien en los primeros bloques -de los cuatro en que se dividían la entrevista-, Nixon maneja a su antojo al conductor televisivo a través de respuestas largas y envolventes (a cada pregunta Nixon recircula por la respuesta para llegar a justificar todos sus actos), es previo al último día y siendo avanzada la noche donde una conversación entre Nixon y Frost sobre el sentido de sus vidas -Nixon se encontraba soberanamente ebrio- y del juego que están jugando, sus lugares y la metáfora sobre el combate, donde el film se eleva y mucho de la medianía en que transcurría.
La confesión de Nixon habla a las claras que alejándose del contexto de sociabilidad de la entrevista, son dos hombres que hicieron lo que pudieron: uno para lograr la entrevista soñada y el otro para intentar legitimarse; en ambos casos la cuestión no era sacarse la ropa para un combate, sino para mostrarlos en su auténtica genuinidad. Hacia allí apuntó su director Ron Howard, los relatos periféricos de la trama central condicionaron su resultado. Puntaje: 6
La entrevista se pacta previo pago de dinero (en la película se habla que Nixon recibió por la misma 600.000 dólares) y la libertad de preguntar por parte de Frost a su puro arbitrio. El ex-presidente entiende que a través de la manipulación del periodista puede regenerar una imagen que se encontraba por el piso.
Y si bien en los primeros bloques -de los cuatro en que se dividían la entrevista-, Nixon maneja a su antojo al conductor televisivo a través de respuestas largas y envolventes (a cada pregunta Nixon recircula por la respuesta para llegar a justificar todos sus actos), es previo al último día y siendo avanzada la noche donde una conversación entre Nixon y Frost sobre el sentido de sus vidas -Nixon se encontraba soberanamente ebrio- y del juego que están jugando, sus lugares y la metáfora sobre el combate, donde el film se eleva y mucho de la medianía en que transcurría.
La confesión de Nixon habla a las claras que alejándose del contexto de sociabilidad de la entrevista, son dos hombres que hicieron lo que pudieron: uno para lograr la entrevista soñada y el otro para intentar legitimarse; en ambos casos la cuestión no era sacarse la ropa para un combate, sino para mostrarlos en su auténtica genuinidad. Hacia allí apuntó su director Ron Howard, los relatos periféricos de la trama central condicionaron su resultado. Puntaje: 6
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