La duda es mutua
En 1964, en el Bronx, y en un colegio religioso dirigido por la estricta Hermana Beauvier, el Padre Flynn esgrime hermosas parábolas que tematizan específicamente sobre la duda. La Hermana Beauvier entiende las sucesivas diatribas del Padre y comienza a pensarlo como un sujeto que contraría sus principios: en los que cree y por los que está dispuesta a luchar. Un estudiante negro (el único del colegio), que es monaguillo del Padre, vuelve turbado al salón de clases luego de asistir a una reunión con el sacerdote. A través del comentario de una de las maestras, la Hermana Beauvier intenta llegar a la verdad de lo sucedido...Pero...¿Qué sucedió realmente?
Todo en el contexto del Concilio Vaticano II, y en dónde se observan claramente las dos posiciones, y esto más allá del posicionamiento que uno tenga al respecto.
Se pueden leer en uno y otro sitio todo tipo de críticas aclamatorias para las actuaciones (Meryl Streep, Philip Seymor Hoffman, Amy Adams, etc) como si ellas tuvieran que ver con la exacta línea que define los logros de una película. Y siempre (o casi) ese es un rumbo errado.
Aclaremos. Dentro del modelo de actuación casi hegemónico que domina al cine norteamericano, este resulta como una apuesta inversa de los objetivos del film. Dentro de lo que se considera la puesta en escena -digamos que, en un determinado plano, tenemos dos actores, un sillón, una lámpara, etc, y la finalidad u objetivo para tal escena-, y siguiendo con el ejemplo anterior, los personajes son parte de ese escenario, interactuarán con entre sí y darán las claves o causas para motivos o situaciones posteriores. ¿Pero qué pasa si dentro de la composición, tales actores devoran de tal forma su entorno que en vez de pensar en el conjunto de la puesta nos doblega hasta "fijarnos" solamente en la voluntad del personaje de tal forma que todo su entorno se borronea? La respuesta es algo bastante cercano al teatro, donde la mirada se estaciona en los ojos para entender tal voluntad.
El cine, o aquel cine que importa, supo resguardar por siempre la legitimidad de toda la puesta en escena. Este es de esos films donde se suele recordar o la fotografía, o la música, o las actuaciones... Queda pendiente esta gran historia con un director diferente. Puntaje: 7
Todo en el contexto del Concilio Vaticano II, y en dónde se observan claramente las dos posiciones, y esto más allá del posicionamiento que uno tenga al respecto.
Se pueden leer en uno y otro sitio todo tipo de críticas aclamatorias para las actuaciones (Meryl Streep, Philip Seymor Hoffman, Amy Adams, etc) como si ellas tuvieran que ver con la exacta línea que define los logros de una película. Y siempre (o casi) ese es un rumbo errado.
Aclaremos. Dentro del modelo de actuación casi hegemónico que domina al cine norteamericano, este resulta como una apuesta inversa de los objetivos del film. Dentro de lo que se considera la puesta en escena -digamos que, en un determinado plano, tenemos dos actores, un sillón, una lámpara, etc, y la finalidad u objetivo para tal escena-, y siguiendo con el ejemplo anterior, los personajes son parte de ese escenario, interactuarán con entre sí y darán las claves o causas para motivos o situaciones posteriores. ¿Pero qué pasa si dentro de la composición, tales actores devoran de tal forma su entorno que en vez de pensar en el conjunto de la puesta nos doblega hasta "fijarnos" solamente en la voluntad del personaje de tal forma que todo su entorno se borronea? La respuesta es algo bastante cercano al teatro, donde la mirada se estaciona en los ojos para entender tal voluntad.
El cine, o aquel cine que importa, supo resguardar por siempre la legitimidad de toda la puesta en escena. Este es de esos films donde se suele recordar o la fotografía, o la música, o las actuaciones... Queda pendiente esta gran historia con un director diferente. Puntaje: 7
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