Samantha Morton es una irlandesa que vive en Nueva Zelanda a fines del siglo XIX, precisamente en 1868. Al enamorarse de un maorí, nativo de este país, Samantha fractura su identidad y comienza un largo recorrido. El hijo de ambos es el hilo natural que los enclava a la tierra la cual atestiguará en todo el film un desgarro paulatino.
Luego de muerto el padre, y cuando el hijo ronda los 8 años, su abuelo maorí lo secuestra y lo pierde en la naturaleza, en su origen. Iniciado en otra cultura, el niño al reencontrarse siete años después con su madre, no reconoce más que aquella por donde camina y a la cual se debe.
Toda la tragedia de esta historia da motivos a Vincent Ward, su director, a desarrollar visualmente todo tipo de rituales -ver y entender como ejemplo liminar el recorrido de la madre por la canoa con los ojos vendados- y donde así el mito se actualiza y se hace vigente. En el momento que le secuestran el hijo, la madre jugaba con el a las escondidas... ¿Quién se ocultaba y de qué? ¿Por qué se confunde la huída con la naturaleza? ¿Por qué la cámara se enclava en posiciones como si fuera parte del entorno?... La respuesta siempre está en la puesta en escena.
Si fuera por esto solo la película ya sería recomendable, pero si le agregamos un desplazamiento visual que desprecia la urgencia con que se abroquela el cine contemporáneo, decimos que estamos en presencia de un film notable y necesario. Puntaje: 9
Luego de muerto el padre, y cuando el hijo ronda los 8 años, su abuelo maorí lo secuestra y lo pierde en la naturaleza, en su origen. Iniciado en otra cultura, el niño al reencontrarse siete años después con su madre, no reconoce más que aquella por donde camina y a la cual se debe.
Toda la tragedia de esta historia da motivos a Vincent Ward, su director, a desarrollar visualmente todo tipo de rituales -ver y entender como ejemplo liminar el recorrido de la madre por la canoa con los ojos vendados- y donde así el mito se actualiza y se hace vigente. En el momento que le secuestran el hijo, la madre jugaba con el a las escondidas... ¿Quién se ocultaba y de qué? ¿Por qué se confunde la huída con la naturaleza? ¿Por qué la cámara se enclava en posiciones como si fuera parte del entorno?... La respuesta siempre está en la puesta en escena.
Si fuera por esto solo la película ya sería recomendable, pero si le agregamos un desplazamiento visual que desprecia la urgencia con que se abroquela el cine contemporáneo, decimos que estamos en presencia de un film notable y necesario. Puntaje: 9
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